miércoles, febrero 27, 2008

FAN DE LA ASTRONOMÍA

Hace un par de días tuve el gozo de ver en la Revista Mujer una entrevista al astrónomo argentino Dante Minniti, y digo gozo porque el año pasado tomé con él un ramo de astronomía en la universidad, y fue ¡de las mejores experiencias que he tenido allí!, por lo que me encantó encontrármelo publicado, y así recordarla.

A mí siempre me gustó la astronomía, pero tomarla con él acrecentó mi amor hacia ella. No sólo fue siempre capaz de contestar a cualquier pregunta, sino que también de ampliarla, de modo tan claro y espectacular, que la mente parecía expandirse a la velocidad del universo mismo. Además, le interesaba lo que pensábamos y era capaz de abrir su mente a cualquier respuesta.

En una de las primeras clases, cuando hizo un resumen de la historia del universo hasta ahora, preguntó cómo imaginábamos que sería el futuro y nosotros contestamos absolutamente de todo, desde viajes espaciales hasta personas que leían la mente y Dante simplemente anotó todo en el pizarrón, sin censurar a nadie. Además, ponía puntos por traer noticias a clases, y fue buscándolas como me di cuenta de que en realidad la astronomía sí era una ciencia en claro desarrollo, ya que siempre habían muchas. No sé si fue porque se suspendieron los viajes (con naves habitadas) a la luna o qué, pero antes de eso yo tenía la impresión de que se había vuelto una ciencia más bien teórica, de que no había pasado nada muy nuevo.

Pero no. El profesor Minniti no sólo nos enseñaba de lo más básico, sino que mostraba los nuevos descubrimientos astronómicos (con fotos incluidas), videos con las simulaciones sobre cómo se deposita con seguridad un aparato que saque fotos en planetas cercanos (los airbag son el secreto para no ser destruidos al caer), como también sobre toda clase de información complementaria que él tenía gracias a sus propios estudios y relaciones con la NASA y a su propio - como bien dice en su entrevista - estar enamorado de la astronomía. Porque el hombre simplemente irradiaba cuando hablaba, y eso era evidente. Una vez en clases acompañó a las ilustraciones de cuerpos celestes con la canción de Pink Floyd, Shine on, you crazy diamond, aludiendo implícitamente a ellos y empapándolo todo de su romance. Y no olvidemos aquella vez en que, para mostrarnos cuánto debía elevarse uno en un salto normal en la luna, intentó realmente graficarlo en una deportiva y colosal demostración, saltando muy, pero muy alto (en talla, claro). El hombre realmente se divertía (y, dado lo que leí en la entrevista, aún lo hace).

Gran parte de lo que Minniti enseñaba podía aplicarse a la vida diaria. Aprendimos cómo medir grados en la bóveda celeste usando cosas que tendríamos a disposición, como nuestras manos. Un pulgar, 2 grados. Un puño, 10. Una mano completamente abierta, 20. Eso convertía al universo en algo que uno podía realmente aprehender de alguna forma, o incluso escuchar: En una de las clases más emocionantes a las que he ido en mi vida se puso a hablar de cómo se puede analizar a una estrella, en cuanto a su edad, masa y materiales, según cómo suena en onda de radio. Acto seguido y para ilustrar, puso cómo sonaban ¡tres de ellas! El sol, una de las de Alpha Centauro (que de lejos se ven como una, pero en realidad son tres) y otra más que no me acuerdo (una gigante roja). Y se oyó como si latieran.

Ah, fue tan espectacular... Nos dejó mudos. Eran tan distintas unas de otras, pero su ritmo seguía siendo constante, como pequeños fetos escuchados por ultrasonido, con la diferencia de que en vez de ser guaguas eran estrellas calientes. Yo creí que lloraría de pura reverencia. Es de las cosas más hermosas que he presenciado jamás. Sentí que se nos había dado a probar parte de un elíxir prohibido, que se nos había desnudado la cálida intimidad de habitantes galácticos del universo. Sentí, como nunca creí que podría sentir, que el interior de una estrella sí podía ser igual al interior de un corazón humano. Así fue, al menos, cómo lo escuché...

Yo quedé tan flechada del asunto, que empecé a ir a las charlas de astronomía fuera de la universidad. Una de ellas, en la ESO, la hizo el mismo Minniti y se trataba, justamente, sobre el descubrimiento de los nuevos planetas. Ahí me llamó mucho la atención ver cómo en el lugar no habían sólo astrónomos o estudiantes dedicados, sino que también amateurs como yo, y también muchos pero muchos niños. Sus papás los habían llevado para que aprendieran del tema. Supongo que ellos también estaban enamorados del asunto y querían compartir con los niños esa belleza.

Ahí me tocó ver algo interesante, que recalcó mi percepción sobre cómo Minniti es, a final de cuentas, un científico: siempre con la mente abierta. Alguien preguntó por las posibilidades de vida en otros planetas dentro de este Sistema Solar, y cuando él dijo que no era posible, el que preguntó cuestionó la definición sobre lo que era "vida". Ahí fue cuando vi cómo Minniti, sin sentirse ni atacado ni nada parecido, simplemente contestó, como quien ayuda a resolver un acertijo, algo así cómo: "claro, si otros compuestos como el azufre o (no me acuerdo cuál) evolucionan como los que nos conforman a nosotros, sí que podría haberla".

Pocas veces me pareció que la ciencia fuese algo tan libre. No tenía tendencias antropocéntricas. No tenía limitaciones. Y todo lo que tocaba rebosaba de posibilidades.

Ya a finales del semestre, fuimos en grupos pequeños al observatorio de Santa Martina y allí pudimos ver cosas tan sorprendentes como Saturno con sus anillos, cúmulos de estrellas lejanas (por morir y por nacer), y también la luna desde muy, muy cerca. Escudriñando la esfera celeste sentimos que escudriñábamos el alma del ser, y en vez de sentirnos más pequeños, nos sentimos más grandes.

Ir al observatorio fue muy bueno para mí, porque debo admitir que hubo varios momentos, durante el ramo, en que me sentí ahogada y mareada ante tanta inmensidad, hasta llegar a angustiarme - bastante - en ocasiones... pero a la hora de simplemente contemplarla, como fue en Santa Martina, todo pasó a ser paz, todo pasó a ser armonía. Fue algo que más que pensarse, se sintió, aunque haya sido abrumador también... era la potencialidad misma de la belleza.

Ese sentimiento nos hizo cómplices entre los alumnos (y el ayudante: allí no fue Minniti), maravillándonos en conjunto, y conversando embalados de eso, en una helada noche de viernes, que para mí fue el mejor carrete del semestre. Ahí estábamos, abrigados hasta la punta de los dedos, motivados y expectantes. El universo no sólo se dejaba ver, sino que nos contestaba con su paz, y también con su alegría. Fue tan fuerte, que recuerdo que cuando llegué a mi casa, tipo 11:30 de la noche, me sentía tan llena por dentro que, pese a tener una fiestaza buenísima, me quedé simplemente en mi cama, soñando (con los ojos abiertos, y bueno, después con los ojos cerrados). Quería ayudar a que ese sentimiento se quedara en mí el mayor tiempo posible... pero tal vez no era necesario, ya que todavía lo recuerdo.

Para terminar el semestre, siguiendo la línea de convertir en práctico lo teórico, Minitti de examen final ofreció varios experimentos que podían hacerse desde lo cotidiano. Observación de meteoritos, algo con la hora en que sale y se pone el sol, etcétera. Con unos compañeros (los trabajos eran grupales) elegimos el que tenía que ver con la curvatura de la Tierra, y es que, gracias a ella, midiendo la sombra en dos lugares separados por un número respetable de kilómetros, se puede medir el perímetro del planeta. Esto fue bastante fácil (aunque, un amigo que se manejaba más, hizo gratuitamente la mayor parte del trabajo) y tuvo una exactitud sorprendente (la diferencia entre el perímetro obtenido por nosotros y el establecido era mínima, y además se esperaba por factores que sería muy largo nombrar acá) y lo mejor fue el poder aprender sobre cosas tan grandiosas con elementos tan pequeños, y darse cuenta de que realmente la mente puede viajar, y encontrar respuestas acertadas, si uno encuentra los canales apropiados.

Yo aluciné. Y sigo alucinando. Y una de las cosas que más me gusta de salir de Santiago es que allí se puede ver - y sentir - el gran cielo estrellado... Sólo que hoy, cuando lo miro, sé mucho más de él que antes... lo que me parece muy natural, porque me imagino que es lo que uno quiere cuando ama a algo: conocerlo, y adentrarse en sus profundidades, hasta llevarlo dentro de uno mismo. Y si no ha podido lograrse, seguir intentando y mientras... sentirlo.

Porque sintiendo muchas veces se llega al camino.

6 comentarios:

Isi Greene dijo...

Me emocionó todo lo que contaste... me recordó cuando tomé mi curso de astronomía para amateurs... pero lo mejor de todo fue la foto del Dios de Monty Python con sus ojos amarillos y entre las nubes rodeado de un aura de luz... jajajajajajajajajaja, en verdad me tiré al suelo de la risa!

galgata dijo...

Jajajajaja.. es que fue lo mejor que se me ocurrió para ilustrar eso de la mirada antropocéntrica (con terror y espacios muy discutibles entremedio).

Flegolas dijo...

jaja.. tb iba a comentar del mono monty python.. boooooooo.. en todo caso, la cagó cómo me gustaría saber mucho más de lo que sé ahora de la astronomía.. grazie por hacerme nacer esa motivación..

galgata dijo...

Currito, tengo que decir que eres un agrado de comentarista!! Y qué bueno que se rieron con el Dios del terror... yo tb lo hago cada vez que lo miro jaja.

Antonio dijo...

Habra vida en otro planeta?Somos Quimica; protones,electrones,neutrones damas y caballeros! Si como lo dice la pelicula ''The secret''
creo que por ahi va la cosa!

Ciao saludos a todos!! I love you all

Flegolas dijo...

mis letras deberían salir ruborizadas entonces desde ahora..